Para muchos son un arte para otros, vandalismo. El Ayuntamiento gasta cada día 330 euros en quitar las pintadas. Invierte 120.000 euros al año.
Aun así, hay edificios que siguen con ellas. No pueden eliminarlas sin consentimiento de los propietarios de edificios privados ni de portones de metal (el proceso se llevaría la pintura y habría que volver a pintarlos), tampoco de edificios protegidos, o Patrimonio de la Humanidad, como la Catedral.
"No respetan nada", dice Juan Manuel Menéndez, uno de los dos operarios de FCC que se dedican exclusivamente a quitar pintadas de zonas públicas y edificios municipales. Limpian entre 30 y 50 al día dependiendo de la dificultad y de la cercanía o lejanía entre ellas.
"Están por toda la ciudad", explica Celestino Álvarez, uno de los responsables de la empresa. Aunque el Antiguo es una de las zonas más perjudicadas, "están machacándolo", lamenta el concejal de Limpieza, Benjamín Rodríguez Cabañas.
Los grafiteros
Los grafiteros defienden lo suyo. Entre ellos hay opiniones para todos los gustos. Unos consideran arte simplemente a estampar o «bombardear» su firma. Para otros, arte es el grafiti «reposado», el que se hace con tiempo, y no siempre de manera ilegal.
El Ayuntamiento de Oviedo, por ejemplo, ha cedido varios espacios para este arte urbano. El último, un mural junto a Villa Magdalena. Hay otros ejemplos, en el pasadizo de San Lázaro, el muro que va de la calle Cardenal Cienfuegos al parque de Invierno, un muro en Vallobín, en avenida de Pumarín y una zona en un parque de Montecerrao.
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